miércoles, 29 de julio de 2020

Las reflexiones son la fragancia del alma, la poesía su esencia.


CONVERSIÓN DEL PECADOR A LOS PIES DE UN
SANTO CRISTO CRUCIFICADO,
PIDIENDO LA SALUD DEL PUEBLO APESTADO.

 Oh Tú, Padre de las luces,
altísimo luz eterna,
de cuyos rayos el sol
participa un rayo apenas;
causa de todas las causas
y sabiduría inmensa,
que en la gloria de ti mismo
sin principio ni fin reinas;
Tú que de la nada hiciste
esa fábrica estupenda
del universo, que incluye
cinco zonas y once esferas;
       Dios, a cuyo nombre santo    

calma el viento, el mar se enfrena,
los ángeles se estremecen
y los serafines tiemblan;
centro de misericordia,
abismo de providencia,
epílogo de justicia,
tribunal de recompensa;
Tú que, amándote a ti propio
como a la cosa más buena,
amor, amante y amado
es todo una cosa mesma:
       Un resplandor y tres rayos,
una luz y tres lumbreras,
un Dios y tres veces santo,
tres personas y una esencia;
oye, Señor, oye, escucha
con más que humanas orejas
del pecador los suspiros,
las lágrimas del que peca.
     Dios fuiste siempre y, sabiendo
con sabiduría eterna
cuanto es, ha sido y será,
quisiste hacer experiencia
de los trabajos humanos,
pirática que se reserva
solo al que nace a morir
y muere desde que empieza,
hasta que, haciéndote hombre,
experimentaste penas,
       padeciste hambre y cansancio,
lloraste humanas miserias,
oíste oprobios y injurias,
sufriste agravios y afrentas,
toleraste desafueros,
perdonaste inobediencias.
¡Oh extraño efecto de amor!     

Obra heroica, heroica prueba
de piedad, para que el hombre
al mismo Dios reconvenga.
       Pues, Señor, si esto es así,
aplica el rostro a mis quejas,
no tape oídos de Dios
de mis pecados la cera.
Por mí perdiste la vida
y, aunque la culpa me afrenta,
lavada con sangre tuya,
lo que fue mancha es nobleza,
lo que fealdad, hermosura;
lo que esclavitud, tutela;
lo que desgracia, ventura;
y luz, lo que fue tinieblas.
        Yo soy, en presencia tuya,
vil gusano de la tierra:
ni el parentesco me anime
ni el favor me ensoberbezca.
Pero en medio de mis culpas
quiere tu amor que me atreva
a pedir misericordia,
aunque yo no la merezca.
Bien sé que, por mis maldades,
bien sé que, por mi insolencia,
cruje tu brazo el azote,
fulmina el rayo tu diestra.
          Deshonestidades mías
no dan lugar a que vuelvas
el rostro. Justo es, Señor,
que, aun de mirarme, te ofendas:
el contagio de mis males
inficionó tus ovejas;
yo ocasioné en tu rebaño
las landres y pestilencia;
yo solo soy el perdido,
yo, el rebelde, el anatema
que, olvidado de tu nombre,
solo adoraba en mi hacienda.
       Yo inventé el logro y la usura,
yo profané tus iglesias,
yo deseé carestías
teniendo mis trojes llenas;
yo no me dolí del pobre
que, hambriento, llegó a mi puerta;
yo enriquecí con su sangre,
del sudor suyo hice rentas;
yo apetecí las venganzas,
yo las conseguí por fuerza
atropellando al rendido,
cuando perdonar debiera.
       De la sustancia del pobre
labré casas, compré tierras,
fundé ricos mayorazgos,
gocé injustas preeminencias,
alcancé cargos y oficios,
títulos tuve y prebendas,
pero también soy, Señor,
quien estas culpas confiesa.
Basta ya, Señor, la ira;
merezcan, Señor, merezcan
las lágrimas, pues no vale
en tu reino otra moneda.
      Descerrájense esos cielos,
abra tu piedad las puertas,
pues del pecador el llanto
es una arrojada piedra,
que, hiriendo el costado tuyo,
a la aldabada primera
volverá a brotar la herida,
agua y sangre de clemencia.
Sea antídoto divino
tu sangre contra la fiera
calentura pestilente
que tanta vida atropella;
     serpiente, ya de metal,
penitencia serpientes arrastrando”
puesta en la cruz, te venera
todo aquel pueblo, sanando
de mordeduras violentas.
Y hoy que hombre y Dios te adoramos
mayor derecho nos queda
para sanar de la herida
que hasta los aires enferma.
Piedad te piden los hombres,
por la salud clamorean
estas campanas con alma
y estos metales con lengua.
       Tú eres salud, Tú eres vida,  

a Ti los hombres apelan
de Ti mismo; no permitas
que tu familia perezca
o, asido de aquestos clavos
que rompen sagradas venas,
refrescaré las heridas
con el dolor de mis quejas;
porque bien sé yo, Dios mío,
que para contigo pesa
más una lágrima sola
que infinitas culpas nuestras.
      Del peso de cruz me valgo,
donde, las balanzas puestas,
la de la misericordia
ocupa la mano diestra:
de ella he de sacar la gracia,
un pecador carga en ella.
Padre, Señor, Dios, amparo,
mi fe a mis culpas exceda,
que, aunque mi castigo es justo,
padecen, Señor, a vueltas
muchos inocentes, muchos,
que hacia el pecado no aciertan.
       La salud del pueblo todo
por mi ocasión no padezca,
sea yo solo el apestado,
pues yo te ofendí, yo muera.
Castiga, Señor, mis culpas
para que de esta manera
prevalezca tu piedad
y el malo no prevalezca.  
Ricardo Lalinde López
28/7/2020

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