CARIÑO...
Pon tu
cuerpo junto al mío
y ven, niña,
por mi lugar,
que hoy
vamos a madrugar
para pasear
cerca del río.
Quitaré de
allí murallas,
pondré en
los campos alfombras
y gozarás de
las sombras
que hay
cerca de esas playas.
Ya verás qué
placentero
es un paseo
en mi yegua,
sentirás
cantar el agua
desde aquel
apuesto cerro.
Quisiera
escuchar atento
a tu
esbeltez seductora
más que la
espiga en la aurora
cimbreada
por el viento.
Mas pronto
estarás, querida,
dentro de mi
alma abatida,
si no
quieres que mi vida
sea triste,
mustia y dolorida.
Tus labios
son más rosados
que las
frutas del Alhama;
son
amorosos, mi dama,
frescos,
alegres y osados.
Tu cariño es
mi comienzo,
tu soberbia
es mi verdugo,
más venenosa
que el musgo,
aunque yo no
me avergüenzo.
Qué
diferencia hay, bien mío,
al viajar
nuestra existencia,
tú en
tranquila complacencia,
yo en
bullicioso desvarío.
Tú res la
flor más galana
que de colores
se viste,
yo soy la
cosa más triste
que se agita
en la mañana.
Tú eres la
feliz calandria
que canta
alegre y dichosa,
yo soy un
ave misteriosa
que llegó de
Alejandría.
Hoy mi vida
tiene dudas
que ocultan
mis pretensiones,
muchas
nieblas y visiones
en las
montañas desnudas.
Llanto lleva
mi tristeza,
que vuela
cansadamente,
como salen
lentamente
las flores
de la corteza.
Sin embargo,
en mi alborozo
en mi
angustia y mi agonía
conservo un
santo, amada mía,
que es mi
paraíso y mi gozo.
Y te
suplico, por piedad,
que escuches
lo que te digo
y vente a
vivir conmigo
con mi amor
y mi soledad.
Ricardo
de Lalinde y López